lunes, 11 de junio de 2007

EL DESCUARTIZADO DE PUENTE ALTO
El puzzle de Hans Pozo


#Quería tener un taller mecánico, terminar sus estudios y, con un poco de suerte, salir de la miserable vida marginal que llevaba. Abandonado y echado de todas las casas en donde vivió, la historia de este joven es la misma de cientos de otros adolescentes excluídos del sistema: pasta base, robos, cárcel, violencia y prostitución. Esta es la ruta de Hans, que empezó mal y terminó con su cuerpo esparcido en dos comunas.
Un día Hans Pozo entró a la pequeña oficina de Susana Díaz, inspectora del Centro de Educación Integrada para Adultos (CEIA) de San Ramón, donde él estudiaba.
­Me gustaría ser como usted ­le dijo.
Sentada detrás de su escritorio, Susana lo miró con sorpresa.
­¿A qué te refieres, Hans?
­Me gustaría ser moreno... como usted
­Pero si tu eres un rubio hermoso ­le respondió la inspectora, intrigada.
­Por rubio me botó mi mamá.
Hans Pozo sabía que sus tíos no eran sus padres y que su madre biológica nunca lo había querido. A Susana Díaz le tiemblan las manos cuando recuerda aquella primera conversación que tuvo con el joven, que entonces tenía 15 años. "No era hijo del mismo padre y era el único rubio entre sus hermanos. Me contó que su mamá era tanto lo que lo castigaba, tanto que le decía que todo lo hacía mal, que llegó un momento en que lo tomaron y lo entregaron a los tíos cuando tenía cuatro años".
Hans cargaba con ese pasado y, silenciosamente, tomaba conciencia de lo que le había sucedido, mientras su vida comenzaba a caer en picada: se volvió adicto a la pasta base, robó, mintió, lo echaron de dos casas, dejó la escuela, estuvo tres veces en prisión, pasó por una comunidad terapéutica y presumiblemente se prostituyó, hasta que sus restos aparecieron esparcidos en dos comunas de Santiago.
Poco antes de su muerte, Hans Pozo caminaba como un fantasma por el paradero 30 de Santa Rosa, donde confluyen las comunas de La Pintana, San Ramón y La Granja. Los edificios chatos y feos del sector fueron entregados en 2002 por el Serviu. Allí viven feriantes, empleadas domésticas y obreros de la construcción, apretujados en pequeños departamentos por donde se filtran los ruidos de las piezas vecinas, los olores del almuerzo y la humedad del invierno. Muchos de ellos conocían a Hans, lo veían pasar por la polvorienta y reseca calle Venancia Leiva, pero a nadie le importaba realmente la suerte del muchacho que dormía en un camión. No tenían por qué. En la villa hay decenas de jóvenes como él, que, en rigor, son decenas de historias similares: chicos que no terminaron su educación, que no consiguen trabajo estable en ninguna parte, que no tienen planes para el futuro y que gastan el poco dinero que obtienen en droga.
Así que cuando este joven de 20 años desapareció, nadie lo echó de menos. Ningún familiar ni vecino del sector puso una denuncia por presunta desgracia. Si hubiera muerto de un tiro, apenas habría ocupado dos párrafos de la sección de breves de cualquier períodico. Pero el destino de Hans fue aún más terrible: recibió dos balazos en la nuca y su cuerpo fue descuartizado. El principal implicado en el crimen, Jorge Martínez, dirigente sindical, funcionario de la Municipalidad de La Pintana y microempresario, se habría suicidado cuando Carabineros llegó hasta su distribuidora de helados ubicada también en Venancia Leiva.
Entonces la vida de Hans comenzó a ser importante: su rostro apareció en las portadas de los diarios, los canales de televisión quisieron saber más de él y resultó que él tenía mucho más que contar de lo que se pensaba.
Cuando su madre lo abandonó, vivió con sus tíos Francisco Pozo y María Caro en una modesta casa del pasaje Las Violetas, en La Pintana. Pero a los 16 años ya había comenzado a consumir drogas y a robarle a su familia para comprar más. La situación se hizo insostenible y lo echaron. El chico rubio y de ojos claros fue acogido a los pocos días por Angel Ahumada y Mónica Cabello, un matrimonio que atiende un almacén de la misma población. Le habilitaron una pieza en el segundo piso del negocio. "Era extremadamente limpio y ordenado. Se bañaba tres veces al día, le gustaba andar aseado", afirma Ahumada.
Durante el tiempo en que Hans vivió con ellos, trabajó instalando cerámica en edificios, asistió a un templo evangélico "y fuimos a ver varios partidos del Colo Colo. Una vez lo llevé al estadio a ver la Noche Alba", cuenta Ahumada. "Mientras se portó bien lo quisimos, pocas veces le llamé la atención. Pero cuando nos dimos cuenta que había vuelto a la droga y que robaba cigarros del almacén, tuvimos que echarlo. Mi señora, con quien él tenía más confianza, lo llevó a una comunidad terapéutica".
Eso fue en 2001. La comunidad era Caleta Sur, que trabaja con jóvenes marginados para reinsertarlos a la sociedad. Hans era un adolescente que, antes de cumplir 18 años, había abandonado sus estudios, había sufrido el rechazo familiar y la violencia de la calle y tenía una vida miserable. Necesitaba emprender el camino de retorno. "Fue un joven de sonrisa cálida, de gesto amable, de mirada triste y de presencia silenciosa. Lo conocimos y aceptó nuestra compañía. Ese vínculo nos permite hoy mencionar y resaltar estas características, las de un muchacho bello, pero profundamente herido", dice una carta publicada por la organización en su página web.
Un año después, uno de los monitores de la comunidad lo acompañó a matricularse en el CEIA de San Ramón, que recibe a niños que han sido echados de otros colegios, con problemas delictivos o víctimas de violencia intrafamiliar y abusos. De los cerca de 600 alumnos que tiene el establecimiento, un 70 por ciento ha probado alguna vez la pasta base, calcula uno de los profesores, "y cuando se les pregunta qué quieren ser cuando grande, responden 'lanza' internacional. Por eso, más que darles conocimientos, les entregamos una formación valórica", admite el docente.
En la escuela, ubicada en plena población La Bandera, Hans pasó octavo básico con promedio 4,8 y primero medio con un 4,9. Su profesor de Matemáticas lo recuerda como un buen alumno, inteligente, sobre la media de su curso. "A veces se sacaba nota máxima. Él podía, pero traía consigo una gran desilución", agrega.
No hay un solo árbol en el colegio y las puertas y ventanas están enrejadas. Durante el recreo, los estudiantes salen a un patio de cemento, donde hay un kiosco, una mesa de pinpón y paneles con información ecológica y de actualidad a cargo de los mismos jóvenes. En ese mismo lugar, Hans se mostró como un chico reservado y callado. No hablaba con muchos de sus compañeros, pero hizo varios amigos. Uno de ellos, Mauricio Pérez, dice que Pozo era "alegre y entretenido, bueno para poner apodos, a mí me decía Cabeza de muela. A veces íbamos a la plaza a tomar y a fumar, pero no era pastero cuando lo conocí, sólo fumábamos marihuana".
Susana Díaz, la inspectora, abre un libro de clases y muestra las anotaciones de Hans: "Emitió comentarios en clases. Se compromete a cambiar"... "Alumno se adapta con facilidad. Trabaja y se comporta excelente"... "No presta atención en clases".... "Esta vez estuvo muy correcto. Demuestra que puede cuando quiere". Nada muy distinto al resto de los estudiantes, aunque tenía algunos problemas de conducta: una vez robó 10 mil pesos a una profesora y culpó a otros alumnos. En otra ocasión, cuando ya había abandonado la comunidad terapéutica, pidió que lo alojaran en una pieza de la escuela y se robó una manguera. Lo echaron. Después consiguió que una junta de vecinos le prestara una salita para dormir, pero con unos amigos intentó robar un equipo de sonido de la sede social. Lo volvieron a echar. Hans terminó durmiendo en un camión de feria.
"Yo no lo retaba. Le decía que esas cosas no eran para él, que si tenía tanto dolor, no tenía que ensuciar su imagen. Yo le daba consejos como de mamá", señala la inspectora, con quien Hans tuvo una estrecha relación. "En un momento preciso ­añade­ él me pidió permiso para decirme mamá. Me dijo la quiero como a mi mamá. Incluso habló por teléfono con mi hija y le preguntó si ella podía compartirme, si le podía dar un pedacito de su mamá. Mi hija le dijo que bueno y él le daba las gracias".
"Un día se me acerca y me dice mami, me estoy portando bien, me estoy sacando buenas notas, ¿me podrías comprar unas zapatillas?. Las que tu quieras, le respondí. ¿En serio?, preguntó... Estaba feliz. Días después, a un colega se le ocurre mandarlo a comprar cigarros. Nunca más volvió", relata Susana con amargura. Según la inspectora, esa fue su manera de autocastigarse. "Él sabía que había cometido un error y que yo lo iba a retar. Y para él, los retos míos eran muy dolorosos".
Semanas después, Hans volvió al CEIA. Quería terminar segundo medio. "Me pidió por favor que lo matriculara de nuevo, que quería estudiar. Yo le dije: hijo, tu siempre me dices lo mismo y después no vienes a clases, si tu no vienes, vamos a tener que conversar los dos. Quiero estudiar, quiero cambiar, mami, te prometo que voy a cambiar, me decía.
Pero no lo hizo".
Susana cuenta que, pese a todo, nunca lo dejó de ver. Cada tanto, Hans regresaba a la escuela, un día para presentarle a su polola, Linda Baeza, otro día para anunciarle que iba a ser padre y después para presentarle a su hija, que nació en 2004. Su relación con Linda duró apenas tres años. Quienes lo conocieron en ese período recuerdan que Hans estaba enamorado de ella, que de verdad quería cambiar, que soñaba con instalar un taller mecánico, armar un auto y viajar al extranjero. Incluso intentó conocer a su madre, Ada del Carmen Vergara. En 2005 consiguió la dirección con Carabineros y fue a tocarle la puerta. La experiencia fue traumática: un vecino cuenta que ese día lo echaron a gritos e insultos.
Tampoco conseguía trabajo: intentó ser aseador en un supermercado y luego buscó que le autorizaran lavar autos en el estacionamiento del mismo lugar, pero volvió a robar y finalmente los guardias no lo dejaban acercarse. En ese período cayó, al menos, tres veces en la cárcel: en diciembre de 2004 estuvo preso por hurto en la Cárcel de San Miguel. Meses después volvió con una condena de 61 días por el mismo delito. Su última detención fue en febrero de 2006, por consumo y porte de marihuana. Tenía seis tatuajes en el cuerpo, uno de ellos un Cupido que se lo había hecho en la cárcel.
"Lo vi hace unas semanas, ni me reconocío. Caminaba con la cabeza gacha y ya no se veía tan limpio como cuando lo alojábamos aquí", cuenta Angel Ahumada. La inspectora Susana Díaz también recuerda un día en que se cruzó con él en la calle: "Lo encontré tan flaco y desaseado... tenía una mirada caída, y él me decía no mami, si no estoy flaco, estoy bien".
Pero la última vez que tuvieron noticias de Hans fue cuando apareció su rostro triste y desganado por televisión. Era una foto del archivo de Gendarmería, la misma que acompaña este artículo. Habían identificado al descuartizado. Análisis dactilares y el tatuaje de Cupido habían servido para dar con el nombre de la víctima. Era él: Hans Pozo Vergara. El teléfono de la casa de Susana Díaz sonó de inmediato. Era la directora del CEIA:
­Persignate, te tengo una mala noticia ­le advierte.
Susana pensó que había pasado algo en la escuela
­¿Sabes quién era el descuartizado?... ¡Hans! Anda a ver las noticias.
"Perdí la noción del tiempo, mis piernas no se movían. Frente a la pantalla, lo único que quería era que se tratara de una equivocación, hasta que mostraron su foto. Era mi niño. Aparecía con sus labios gruesos... No tuve consuelo. Llamé a mi hija y no podíamos hablar las dos".
Socialmente, Hans había muerto mucho antes. Esta era sólo la confirmación de su muerte física.

Medio: EL MERCURIO
Autor: Gazi Jalil F..¶
2006-04-15