lunes, 14 de mayo de 2007

Perfil de Manuel Navarrete

Los codigos de "Don manuel"
Igual que hace cinco años, cuando bloqueó las calles de la capital con un paro que le costó la cárcel, el empresario microbusero Manuel
Navarrete se convirtió en el villano del Transantiago. Aunque se resistió al nuevo sistema, su reconversión le costó enfrentarse con sus antiguos colegas y hasta con las bases, tal como esta semana debió ceder ante sus choferes para evitar -irónicamenteuna nueva paralización. Esta es la historia del profesor de Física que desplazó a Demetrio Marinakis, que intentó vender micros viejas a Cuba y que hoy cree poder sobrevivir en un mundo donde ya no se cuentan billetes en las micros. Por Sebastián Minay.


Hasta donde recuerdan los entendidos en el rudo mundo de los microbuseros, son muy pocas las veces en que Manuel Ulises
Navarrete Muñoz (60) debió ceder tanto en tan poco tiempo como en la mañana del pasado lunes 19, cuando aceptó pagar un sueldo de $450 mil a cada uno de los más de 2 mil choferes que trabajan para él en las empresas Buses Gransantiago y Buses Metropolitana. Fue la única salida para evitar un paro que le habría costado aún más que las millonarias multas que le cursó el gobierno, como sanción por haber sacado a la calle sólo mitad de las 900 máquinas con que debían debutar sus dos firmas en el Transantiago.

Acostumbrados a vivir al día con la parte que les tocaba de los boletos que "cortaban" al final de cada jornada, los conductores no estaba dispuestos a recibir un sueldo fijo mucho menor al que ganaban antes. El famoso nuevo sistema ya había matado la vida que conocían: en vez de brutales carreras para ganar pasajeros y jornadas interminables, ahora todos figuraban muy uniformados de azul, escuchando al otrora poderoso dirigente que se había "reciclado" a su manera, tras años de tenaz resistencia al cambio.

Encaramado en un balcón del terminal, con su camisa blanca de hilo, su vistoso Rolex con pulsera de oro y sus canas totalmente teñidas de negro,
Navarrete dialogó con sus hombres en vez de hablarles golpeado, como lo hacía cuando roncaba en el gremio.

Hora y media después se fue del terminal al volante de su BMW M3 -su marca favorita, aunque un amigo suyo dice que es "un modelo antiguo"-. En la tarde había apagado el incendio, pero con unas cuantas cosas claras.
Una, que después de las multas le va a costar sacarse de encima el cartel de villano del transporte con el que carga desde comienzos de la década, y que él niega una y otra vez, pese a haber liderado el célebre paro que el 2002 bloqueó las calles de Santiago y lo llevó a la cárcel. Dos, las reglas del juego ya no son las mismas, porque si antes sacar buses de las calles era una presión para negociar, hoy corre el riesgo de perder recorridos concesionados y quedar fuera del negocio. Y tres, que ni siquiera a sus choferes los tiene tan seguros en la mano.
"Manuel es un gran dirigente y buen comerciante, pero no un hombre de negocios para estos tiempos", grafica un viejo conocido. Para
Navarrete, como para los choferes, el sistema de cobro electrónico barrió con el modelo del "cash en la mano", el mismo que había sostenido por años el poderío del gremio -y el suyo propio-.
Hoy, mientras lidia con los nuevos tiempos contra los que tanto luchó primero, y a los que después intentó adaptarse, los detalles de la vida de este singular y reservado empresario siguen siendo tan desconocidos como lo atípico que él mismo es para su gremio.

Los que no le temen o lo respetan demasiado como para guardar silencio, hablan en código.
Igual como cuando el siempre frontal
Navarrete le "rayó la cancha" a la gente del Ministerio de Transportes al comienzo de la era Lagos. "En este sector, el que te avisa antes no es maricón", le dijo entonces a un funcionario, quien le preguntó de inmediato si dicha regla también funcionaba "al revés".
"También" fue la respuesta del entonces canoso micrero.

#Del MIR a las micros
Aunque la historia del "
Navarrete micrero" (no el empresario convertido al Transantiago) es casi inseparable de la de Marinakis -el primero es padrino de Geraldine, hija del segundo-, con los años hubo matices que fueron marcando gruesas diferencias. Ambos partieron como casi todos en el gremio: en sus familias. El padre de Navarrete tenía la línea San Cristóbal-La Granja, antiguamente conocida como Funicular-San Ramón, donde el ahora dirigente manejaba medio tiempo, y la que más tarde comenzó a administrar con su madre y sus hermanos.
Donde
Navarrete no se parece ni a Marinakis ni al resto de sus hoy ex colegas es en que pudo estudiar y titularse profesor de Física en la sede Temuco de la Universidad de Chile. Un viejo amigo suyo asegura que por entonces adhirió al Movimiento Universitario de Izquierda -el brazo del MIR en la educación superior-, aunque otros dudan de eso, porque durante la dictadura "Manuel nunca tuvo que esconderse".

Cuando
Navarrete llegó en 1982 a la antes poderosa Asociación Gremial Metropolitana de Transporte de Pasajeros (AGMTP), lo hizo sin meter bulla. Pero al poco tiempo todos lo ubicaban: el profesor de Física no sólo tenía la labia necesaria para manejar a sus masas, sino que además era "un balazo para los números", aseguran autoridades y micreros.

Así que mientras el enorme y expansivo Marinakis se convertía en el símbolo del gremio,
Navarrete permanecía una buena temporada en segundo plano, reservado y sin hablar mucho en las reuniones.
Recién en el gobierno de Frei las autoridades que dialogaban con ambos se dieron cuenta de la diferencia: el hombre bajito que se sentaba respetuosamente cruzando sus manos sobre la mesa era más inteligente que el resto. Años después, algunos definirían socarronamente a la dupla como "Pinky y Cerebro".

Pese a todo,
Navarrete nunca fue -en la era pre Bip!- dueño de demasiadas micros. En el sector y en el gobierno reconocen que es casi imposible hacer un cálculo exacto, pero estiman que llegó a tener cerca de 20 máquinas. Más que la media de la mayoría, que con suerte juntaban uno o dos vehículos. El resto lo conseguía con el manejo de masas que tenía. Cada vez que debía llegar a un acuerdo complicado o convencer a su gente, recurría al viejo método de conversar primero por separado con las bases antes de llegar a la asamblea. Mientras el sistema microbusero funcionara a punta de bocinazos, billetes en la mano, carreras por boleto cortado y "sapos" en los paraderos, todo estaba bajo control.

Los problemas vendrían después, cuando los micreros comenzaron a escuchar de nuevos planes para ellos. Pero incluso antes,
Navarrete y el resto de los jefes del gremio tuvieron su primer ruido puertas adentro. Ex autoridades y microbuseros relatan que entre la primera y segunda vuelta de la elección presidencial entre Ricardo Lagos y Joaquín Lavín, hubo un alza en el precio del petróleo que obligaba a subir las tarifas de los pasajes en virtud del polinomio o cálculo que fija los valores.

Conscientes de que eso complicaba demasiado la elección -el gobierno saliente caía en las encuestas-, La Moneda y los dirigentes acordaron no aplicar un alza estimada en 20 pesos, que significaba una alta ganancia para los choferes. "Manuel se lo explicó a las bases con varios argumentos técnicos y las bases se resistieron al inicio, pero al final lo aceptaron", relata un amigo suyo.

Aunque la lealtad y el respeto a
Navarrete se mantuvieron intactos, en el gremio hubo varios que se sorprendieron de su actitud frente a lo que suponían era su enemigo natural: el gobierno.

#Pasando y pasando
Las cosas se complicaron cuando Lagos comenzó a estudiar el plan de modernización del transporte público. Los micreros se enteraron de que las autoridades comenzaban a evaluar modelos extranjeros donde no había monedas ni boletos, y se alistaron para la guerra: ante cada propuesta tenían otra en la mano. Si eso no funcionaba, repentinamente sacaban micros de recorrido justo cuando el gobierno encaraba otros problemas, lo que obligaba a Transportes a reclutar informantes en el mismo gremio y enviar vehículos sin logo oficial a chequear personalmente la salida de máquinas desde los terminales.

Claro que eso no impedía que
Navarrete se entendiera a punta de códigos con sus "enemigos". Muchas veces se alertaba cuando un subsecretario u otro personero súbitamente dejaba de tutearlo y pasaba a tratarlo de "Don Manuel": era la señal de que apenas saliera del despacho le caería una multa. El castigo le dolía, pero él sabía que era parte del juego.

Para entonces
Navarrete ya tenía poder real en el gremio, y el tira y afloja hizo que tanto ahí como en La Moneda se dieran cuenta de que entre los mismos líderes del sector se anunciaba una leve competencia por mantener siempre una línea abierta con el Ejecutivo, aun pese a los constantes conflictos y movilizaciones.
El quiebre vino en abril del 2001, cuando la AGMTP fue a una nueva elección en medio de una crisis con los estudiantes por el viejo problema del pase escolar. Sin previo aviso,
Navarrete se cambió a la lista de Juan Pinto -otro micrero histórico- y juntos derrotaron sorpresivamente a Marinakis, sacándolo de la presidencia que había ocupado por seis años.

El dolido Marinakis los acusó de traición y hasta presentó un recurso de protección alegando fraude en los comicios. "Manuel llegó a mi oficina cuatro horas antes de que se cerraran las listas y me dijo que yo no iba en la suya, porque yo no podía sacar la primera mayoría, porque había un acuerdo de que Pinto debía ser el nuevo presidente y Manuel el tesorero", dijo entonces Marinakis, rematando con un "esto es alta traición y al gremio no le gustan los traidores".

Marinakis se negó a dejarle a
Navarrete su oficina en el sexto piso de la sede en Catedral, donde tenía hasta un dormitorio y solía colocar la banda sonora de "El Padrino". Pero el episodio se arregló a lo micrero: once días después, Navarrete destituyó a Pinto y se convirtió en el nuevo líder de la AGMTP.

#"El que avisa..."
Como para entonces estaba claro que el gobierno no iba a ceder en su intento por cambiar el sistema, durante el año y cuatro meses que pasaron desde ese golpe hasta el paro de agosto de 2002,
Navarrete vivió casi en estado de guerra más interna que externa. Las bases presionaban, enardecidas ante cada intento por cambiarles las reglas del juego, pero el líder sabía que el proceso sería inevitable y que en algún momento tenía que reconvertirse.
Pero cuando el gobierno comenzó a impulsar la licitación de los recorridos de Metrobús y avisar que se exigirían los famosos cobradores automáticos, el gremio se jugó la última carta: un paro masivo. Un día antes de la movilización, el 11 de agosto, el entonces subsecretario Guillermo Díaz se reunió con un sorprendido Marinakis -que venía llegando de Punta Cana- para advertirle que él,
Navarrete y los otros dirigentes irían presos, por lo que tenía que convencer a Navarrete de poner marcha atrás. El fornido micrero alegó que las bases estaban fuera de control y se quejó, pero Díaz le recordó el viejo código entre ambos bandos: "El que avisa no es maricón".
Al día siguiente, 6 mil choferes no sólo pararon, sino que bloquearon la ciudad. Hasta hoy hay versiones encontradas, pues mientras algunos le echan toda la culpa a
Navarrete, hay hasta detractores suyos que juran que "Manuel no quería el paro y menos quería bloquear calles". A los pocos días, él y Marinakis, junto a otros dos dirigentes, fueron detenidos, esposados y procesados por la Ley de Seguridad Interior del Estado.
Aunque mientras estuvo preso mantuvo la calma, la experiencia lo volvió aún más reservado. Se refugió mayormente en su casa de Eliecer Parada, un hogar sin extravagancias ni lujos. Impedido de viajar fuera de Chile a raíz de la orden de arraigo que aún le pesa luego del paro y con problemas de salud -padece de gota y el año pasado se operó del corazón-, se da ocasionales gustos, fuera de la ropa elegante y el Rolex. Uno de ellos es arrancarse al Casino de Viña del Mar, donde antes iba con su compadre Marinakis.

Ya en libertad,
Navarrete cambió el discurso y se jugó por adaptarse al cambio. A la cárcel lo había ido a ver el fundador de la UDI y hoy prorrector de la Universidad Andrés Bello, Luis Cordero, con quien firmó un convenio para analizar la modernización. Y decidido a ganar las entonces futuras licitaciones, contrató a la consultora Steer Davies Gleave, una de las creadoras del Transmilenio colombiano, modelo del Transantiago. Eso bastó para chocar nuevamente con Marinakis, aún reticente al cambio.

No contento con eso, trató de venderle entre mil y dos mil de sus micros amarillas a Cuba, gracias a un contacto que hizo Darío Contador, un militante socialista que había sido jefe de gabinete de Germán Correa en Interior, y con fuertes vínculos con el gremio.
Ambos visitaron al embajador Manuel Fraga en su casa, pero el negocio no funcionó: los cubanos alegaban no disponer de fondos suficientes para mantener las máquinas, especialmente el combustible.
Contador y
Navarrete incluso hicieron gestiones nada menos que con el entonces embajador venezolano en la isla, Adán Chávez -hermano de Hugo, el presidente caribeño-, pero sin resultados.
Para entonces, la relación con las bases había cambiado. Un ex funcionario aún recuerda cuando fue el 2003 a la sede de Catedral a exponerles a los micreros las bases de las licitaciones. En un ambiente muy hostil, los dueños de casa comenzaron a reclamar, hasta que de repente
Navarrete los hizo callar a gritos: "¡Córtenla! ¡Ellos tienen la amabilidad de mostrarnos esto!" El visitante -que sólo iba acompañado de dos colaboradores- aún recuerda que "llegué a tragar saliva".

Aunque muchos critican hoy que
Navarrete lograra instalarse en el nuevo sistema y controlar el 38% de sus recorridos, en el gobierno explican que no había otra salida. "Si sólo hubiesen entrado operadores extranjeros, que apostaban por inversiones mucho más fuertes, las tarifas habrían subido a un precio inaceptable", sostiene una autoridad del sector.
Pero las multas que le cayeron a
Navarrete por no sacar todas sus máquinas a la calle el día del debut lo tienen en la mira.

En octubre debe licitarse nuevamente uno de los recorridos que hoy operan sus buses (no micros). Si lo pierde, ahora sí será el fin de una era.l
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DESTACADO
#
Navarrete se diferenciaba de la mayoría de los viejos micreros por su preparación universitaria, pero usó los mismos códigos para entenderse con el gobierno de turno. A comienzos de la administración Lagos rayó la cancha. "En este sector, el que te avisa antes no es maricón", le dijo entonces a las autoridades de Transportes.
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Medio: QUE PASA
Autor: Por Sebastián Minay.¶
2007-02-23

1 comentario:

Ayrton dijo...

Sin duda y frente a todo, el nuevo sistema un fracaso total.... hace falta Don Manuel Navarrete!!!....