martes, 8 de mayo de 2007

Reportaje: Los Altibajos del pene (El País)

Los altibajos del pene
Lola Huete Machado 03/05/2007



El pene es una broma evolutiva, un regalo envenenado, un individuo independiente que cuelga entre las piernas. Lo decía el sexólogo Manuel Lucas no hace mucho. Y añadía: "Los humanos somos prácticamente los únicos mamíferos a los que la naturaleza ha dotado de un aparato sexual con mecanismo eréctil casi totalmente vascular; sin ningún tipo de apoyo, ni óseo, ni cartilaginoso". Y ese colgajo desamparado -fundamental en la reproducción, en las relaciones sexuales, y motivo de atención física y artística desde la época de las cavernas- representa mucho para el hombre (suelen decir ellas) y para la mujer (según ellos). Y parece que ahora más que nunca. A pesar de algunos tropiezos vividos durante las últimas décadas. Eso es lo que explica un documental de producción francesa que estos días emite Canal +, titulado Mr. Big. Todo sobre el pene (en francés, Grandeur et decadence du pénis), en el que se intenta quitar hierro a sus altibajos, desmitificar su papel y describir con ironía sus penalidades, su fragilidad, su significado sexual y social en tiempos de cambio y revolución sexual. "¿De veras han muerto los machos?", se preguntan. "¿Tan ridículo resulta ya el hombre? ¿Realmente inútil?". El asunto, polémico, despierta tantas pasiones y respuestas como el miembro mismo.
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"El pobre pene no es todopoderoso, y ese descubrimiento supone un verdadero problema para los hombres"

"La 'metrosexualidad' en la cama no sé exactamente lo que significa. A mí me gusta un tío cariñoso, pero tío-tío"

Pruebe a dejar caer a la hora de la comida algunas cuestiones para ellos (del estilo: "Para ti, de cero a diez, ¿qué importancia desempeña el pene en tus relaciones sexuales?". "¿Su comportamiento influye en tu autoestima?". "¿Crees que el tamaño importa?") o para ellas (las mismas, pero con variaciones del tipo: "¿Qué importancia tiene el pene de tu pareja en vuestras relaciones?". "¿Crees que influye en su autoestima?". "¿El tamaño te importa?"), y la conversación se animará de golpe. Provocará respuestas como las que siguen (en encuesta improvisada vía e-mail entre hombres y mujeres de 25 a 60 años):

"El protagonismo del pene es ahora mayor desde que la mujer ha tomado las riendas, la iniciativa. Igual que los prefieren musculosos, los quieren bien dotados. Es a ellas a las que les importa el tamaño".

"Es cosa de disfrutar dos; pero, sin pene, yo nunca llegaría al 10".

"Es evidente que no todo es penetración en esta vida, pero si el pene no se excita, no hay relación sexual... Si no hay eyaculación, digamos que la relación sexual no sería satisfactoria para el hombre..., y el que diga lo contrario, miente. Así que la importancia del pene está entre el 9 y el 10. No hay otra".

"A mi pene le doy un 10 sin dudarlo. Aunque está claro que sin él pueden hacerse muchas otras cosas. (Pregúntenle si no al ingenioso Bill Clinton. Después de jugar con los puritos y mentir a la nación americana, le preguntaron si para él el sexo oral es sexo. Respuesta de Clinton: 'Depende de lo que el verbo ser signifique)".

"Dejando a un lado el micropene, todo pene susceptible de producir placer es válido. En Japón son grandes expertos en la cama, porque, dicen, saben manejarlo. Al final, eso es lo que importa".

"Para la mayoría de los hombres, su pene es su fortaleza, su hombría. Y creo que están equivocados. ¿El tamaño importa? Sí y no. Porque no es lo mismo follar que hacer el amor. En el sexo sí puede que me importe el tamaño; pero en cuestiones de amor, con los sentimientos consigues el mayor placer. Claro que si encima tu pareja está bien dotada, mejor que mejor".

"¿Importancia en mis relaciones? Pues un 8. No le doy más porque los juegos sexuales que no implican al pene también me encantan; pero la penetración, cuando está bien hecha -porque todavía hay mucho embestidor (de embestidas) suelto por el mundo-, es superplacentera".

"Le doy un notable alto, 8,5. Me imagino que sí que influye en su autoestima; él, al menos, se pone muy contento. El tamaño no importa, sólo si es tan pequeño que no da la talla. En cualquier caso, carezco de datos para comparar en los últimos, al menos, 15 años".

"El tamaño sí importa, pero en el sentido contrario al mito: disfruto más con la penetración de un pene normal, o incluso tirando a pequeño, que con uno muy grande. Uno muy grande es molesto. Y uno tirando a pequeño, bien manejado, es estupendo".

"Tiene una importancia relativa, que comparte con mi vagina y mi clítoris en igual medida y con nuestras zonas erógenas. ¿Un número? Podría darle un 4. Le saca ventaja a su lengua, pero no tanta".

"En realidad, el pene hoy día es más visible para todo el mundo de lo que lo ha sido durante siglos", señala Michael Sims en su interesante libro El ombligo de Adán, sobre la historia natural y cultural del cuerpo humano. Quizá por eso provocan tanto morbo noticias recientes como la del nigeriano acusado de violación, y luego absuelto, al que se le midió el pene para probar si los desgarros sufridos eran cosa del tamaño; la del caníbal alemán condenado a perpetua por matar y zamparse el miembro de su víctima; la del primer hombre sometido a un trasplante de pene (en China) que pidió que se lo quitaran (¡a saber con quién habrá retozado!, pensaba), o todo aquello relacionado con la atracción irremediable de los cuerpos (pongamos el exitoso Festival Erótico de Barcelona, por ejemplo, en el que hasta dan premios al pene más bonito del año). "En la cultura del milenio, el falo campa por las películas pornográficas y por los anuncios de Viagra, por los expedientes de acusación contra los presidentes de Estados Unidos y por las revanchas de las esposas...", sigue Sims, recorriendo nuestra fisiología como si de un viaje transoceánico se tratara.

Y eso también, un viaje por las relaciones sexuales con protagonista estelar, es el documental Mr. Big. En él se mezclan entrevistas con escritores, periodistas, sexólogos, sociólogas y artistas (Philippe Starck) con escenas de películas (Austin Powers, American psycho o Boogie nights, supuestamente basada en la historia de Mr. Cock, la primera estrella del porno, John Holmes, con sus 34 centímetros, 44 años de vida y muerte de sida), anuncios y obras teatrales como Las marionetas del pene o Marquis, sobre la vida del marqués de Sade, donde el hombre aparece sometido a los caprichos de su pene parlante -"puedo hacerte perder la cabeza", le dice éste, amenazante, a su dueño-. También hay músicas y músicos como David Bowie o Iggy Pop (el exhibicionista por excelencia), y gente anónima, homo, hetero o transexual, que opina sobre el pene propio y ajeno, el real y el deseado; sobre relaciones físicas y afectivas, necesidades y gustos cotidianos. "¿Si el pene fuera un instrumento?", les preguntan en Mr. Big. Ellos y ellas contestan: "Sería un martillo", "Una espátula de madera para remover la salsa", "Una pala", "Una lima", "Una navaja suiza", "Una espada de doble filo, porque mi vagina es muy pequeña...".

Los cambios más recientes en la historia genital se producen desde los años sesenta hasta la actualidad. Desde el furor del macho, el amor libre y la píldora de los sesenta, hasta la falocracia gruesa y setentera, la contención de los ochenta por miedo al contagio del sida, y el descontrol y la masificación sexual de los noventa. En este tiempo convulso, el miembro hasta ha dejado su huella en los juzgados. Sucedió con el affaire Clinton-Lewinsky, una situación cargada de significado que ocupó las televisiones de todo el mundo por encima de guerras y hambrunas: "De repente lo sabíamos todo del pito del hombre más poderoso del mundo". Pero no sólo él hizo de su falo noticia, también el cantante George Michael cuando fue pillado in fraganti en los urinarios; el actor Hugh Grant, detenido mientras Divine Brown le practicaba una felación, o Lorena Bobbit, con un corte drástico al aparato de su marido (quien luego hasta debutaría en el cine porno con el miembro restaurado).

"Cuando el pene está erecto, la sangre no llega al cerebro". Eso, dicen, era un poco lo que sucedía en los años setenta, cuando ellos "se burlaban de las reivindicaciones feministas y aún creían que el mundo les pertenecía". Durante veinte años, ese mundo de hombres de pelo en pecho resistió bien. También en España, donde la transición dio la puntilla a la represión sexual dictatorial y franquista. "La sexualidad femenina comienza a existir oficialmente. Y el hombre deja de medir su potencia sexual por el número de eyaculaciones. Es el número de orgasmos que es capaz de producir en la mujer y la duración de la erección lo que ahora importa", resumió Manuel Lucas sobre nuestros últimos 30 años de historia.

Que el falo interesa mucho hoy lo saben bien quienes se ocupan de consultorios sexológicos. Como Beatriz Sanz, en el suplemento juvenil EP3, donde ella y Vampirella ofrecen cada semana su visión sobre lo sexual: "En nuestros artículos, el pene tiene su peso. Hasta ahora reinaba el coitocentrismo y se le daba mucha importancia a los genitales. En el caso de los hombres, casi parecía que era su única zona sexual y sensual. Además, solemos elegir el tema sobre el que escribir en función de los aspectos que le consultan más a Vampirella. Y le llegan muchas cartas relacionadas con el pene. ¡Incluso hay hombres que le mandan fotos de su verga para que opine como experta!".

Dejando a un lado la variedad de términos para referirse al miembro viril (polla, cola, pito, picha, minga, cipote, chorra, pilila, nabo, pijo...), curiosas resultan las expresiones que sus lectores se inventan sobre el término original en su sección Léxico/séxico. Estereopito: "Ni chico, ni glande". Penetente: "Pene con capuchón". Penetenciario/a: "Encarcelado por capullo". Penetracción: "Polla todoterreno". Penesteroso: "Digno de coñimiseración". Pajatiempo: "Lo que haces cuando te aburres y coges lo que tienes más a mano".

Castrado, reciclado, ridiculizado... Siempre en el punto de mira, siempre manipulable y manipulado. El órgano masculino ha trabajado incansablemente desde que el hombre existe. Y se ha dejado y se deja modificar, transformar, agujerear, tratar, medicar, estimular químicamente y hasta operar para alargarlo y adaptarlo a los nuevos tiempos que corren. La obsesión de las tallas, la proliferación de artilugios que lo ayudan a crecer... Tanta presión, que depresión. "El pobre pene no es todopoderoso, y ese descubrimiento supone un verdadero problema para los hombres. Hay una especie de introducción a la masculinidad que comienza con esa competición de pollas, y con la idea de que, por ser el órgano sexual, el pene es el centro del mundo...", afirma la socióloga Marie-Helene Bourcier, desde el lado de la homosexualidad femenina y preocupada por los tópicos de la identidad sexual. El periodista Didier Lestrade, desde la masculina, puntualiza en Mr. Big: "Para un individuo, el tener un buen pene es una garantía de por vida; aunque le consideren un capullo, él sabe lo que tiene, y eso le hace sentirse superior". Opiniones de los encuestados:

"Leo con frecuencia que el tamaño no importa, pero tengo la sensación de que es mentira, sobre todo escuchando a las mujeres. Quizá se está produciendo, de forma indirecta, una cierta promoción del gran pene, y las jóvenes compran ese producto. Creo que hay una moda, y que a determinado sector femenino sí parece importarle".

"Yo, como estoy contento con mis dimensiones, prefiero que el tamaño sí que importe".
"En su autoestima influye totalmente. Para los tíos es un mito, y los que hablan de que el tamaño no importa, sino que importa la habilidad, es porque por algún sitio hay que salir airoso. Se puede disfrutar de mil maneras al margen de las medidas".

"Importa por prejuicios culturales. El acercamiento de un hombre con pene pequeño es más conflictivo. Y en el momento del encuentro sexual, quien se encuentra con uno grande parte de un nivel más alto de satisfacción; pero todo se puede ir al traste si el poseedor del gran miembro carece de lo que su partenaire espera: morbo, sentido del humor, dulzura, perversión...".

Pero, ¡ay!, además el miembro viril es muy suyo y sólo responde a las órdenes del sistema nervioso autónomo. Y es ahí donde nace de verdad el sufrimiento: a dos millones de españoles no les responde como quisieran, 152 millones de hombres sufren disfunción eréctil en el mundo, 32 millones están sometidos a tratamiento sólo en Europa. "El tamaño y el rendimiento [gatillazo, eyaculación precoz] siguen siendo las grandes bestias negras para ellos". Pero quizá aquí conviene buscar soluciones, y también desdramatizar: "A la hora de la verdad, nosotras lo que queremos es disfrutar. Siempre cuento que la parte más sensible de la vagina son los tres primeros centímetros, que lo importante es usar el pene con gracia, que es el cerebro nuestro mayor órgano erógeno, que cada centímetro de piel es apropiado para producir y producirnos placer, que no todo es penetración... Incluso un tipo con pene minúsculo, si practica buen sexo oral, no tendrá problemas para hallar pareja", opina Sanz.

A la pregunta de si el suyo les responde, ellos suelen decir que sí. Y matizan:

"Incluso creo que ha mejorado".

"Responde siempre, aunque con los años haya épocas más tranquilas. Pero siempre revive, es un monstruito".

"Hasta ahora, afortunadamente, no falla; más perezoso sí es. Desde luego, ya no canto casi nunca eso de 'por las mañanitas, cuando me levanto...".

"Cuando eres adolescente puedes tirarte todo el día prácticamente empalmado. Eso pasa con la edad. Si el estímulo es bueno, responde. Se ha vuelto más selectivo".

¿Y los que hacen de su uso una profesión? Para Max Cortés, de 36 años, uno de los tres actores renombrados (junto a Nacho Vidal y Tony Riva) de la industria del porno nacional, el miembro es una herramienta de trabajo insustituible. "En una película se puede reemplazar todo: la chica, el decorado, la luz..., pero sin una buena polla no hay nada". Según Cortés, el hombre actual se ha domesticado, sí, "pero somos lo que somos: animales", y las feromonas están ahí, "igual que siempre". Dicho esto, opina que se ha pasado de una represión a otra: "Se ha hecho de la libertad sexual casi una obligación: la persona que no es promiscua es criticada, está mal visto. Y creo que ésa también es una opción, tan válida como cualquiera". Concluye: "Se habla más de sexo de lo que se practica... Es una obsesión. Está por todas partes, en la tele, en la publicidad, en las lonas de las fachadas por la ciudad... Sexo, sexo, sexo... Tampoco creo que sea para tanto. Claro, que el día que todo el mundo pueda hacer realidad sus fantasías sexuales, apaga y vámonos, me quedo sin trabajo...".

El pene universal, omnipresente. Reina por doquier: en la naturaleza, el arte, el diseño, la literatura, el cine o la arquitectura. Al menos así lo cree el diseñador Philippe Starck: "Salvo raras excepciones, toda ella es fálica, y lo fálico conduce al machismo, éste a la opresión y ella al totalitarismo". "¿Y si el pene fuera una ciudad?", se pregunta en el documental a la gente de la calle. "Sería París, por la Torre Eiffel", "San Francisco, por las subidas y bajadas", "Tokio, porque es una ciudad que te despierta las ganas", "Lyón, porque rima con pollón". En este contexto, desde el machismo galopante se ha alcanzado otro climax: el de la metrosexualidad. En el inicio del milenio aparece un nuevo sociotipo masculino: el metrosexual. Prototipo: el actor George Clooney. ¿Son hoy los hombres más valorados aquellos cuyo comportamiento más se corresponde con los criterios impuestos por las mujeres? ¿Es ése el gusto femenino? Veámos:

"Lo que me va es el mix perfecto. Me ponen los machos, pero un toque metrosexual es necesario. En la cama, ídem. A los machos-embestidores-yo-me-corro-y-punto no los soporto. Y siguen existiendo".

"A mí me gusta el macho sensible. Y no hay tanto metrosexual por el mundo, eso sólo afecta a determinados círculos; fuera de ellos sigue predominando el macho ibérico típico y tópico".
"La metrosexualidad en la cama no sé exactamente lo que significa. A mí me gusta un tío cariñoso, pero tío-tío".

"El hombre corriente no es para nada metrosexual. Muchos se resisten a cuidarse porque piensan que no necesitan estar estupendos para nosotras. Personalmente me gustan los hombres con aspecto fuerte, varonil y de macho".

Y si los gays marcan gustos, tamaños y tendencias, las mujeres han decidido coger el toro por los cuernos, activas, más libres, se dedican hasta a la política y campan a sus anchas: dejan a sus parejas en casa, salen solas, compran consoladores... "Las relaciones sexuales heterosexuales están viviendo un cambio brutal últimamente. Sin que lleguen a dominar las mujeres, sí que es verdad que han tenido un cambio de actitud notable. Desde luego, ya no son tan sumisas ni se pliegan tanto a los deseos de los hombres. Ellas saben lo que quieren y lo piden. Quizá ellos tengan ahora más miedo: porque si un hombre no sabe tratarte, te buscas otro", sigue Sanz.
Porque el pene no sería nada sin estímulos, manos que acarician, espacios donde cobijarse y crecerse. Lo sabe bien Maite Merino, productora y actriz de Monólogos de la vagina, obra en cartel desde hace siete años (ahora en el teatro Nuevo Alcalá de Madrid): "La obra habla de las emociones de la mujer; no aparece el hombre, pero está siempre presente. Y ha tenido tanto éxito, tantas reacciones y tanto público masculino que lo que se está pidiendo a gritos ahora es un monólogo del hombre en general, para reflexionar sobre los cambios vividos, bien escrito, en profundidad". Para Merino, afortunadamente desapareció ya el macho ibérico, "pero tampoco hace falta que ellos sean de repente como una mujer; el hombre se debe resituar". Las opiniones del público ante la obra, señala, son distintas entre sexos. "Las mujeres muestran al principio una sonrisa que luego se les congela cuando se reconocen en esas situaciones tan absurdas; es eso de: me río, pero en realidad es para llorar...". Ellos, por el contrario, sueltan carcajadas: "Sienten que no se les ataca, no se les hace responsables del orgasmo femenino". Para Merino, si la mujer no conoce su cuerpo, su herramienta, si está cohibida... "¿cómo puede exigir nada a nadie? Debemos asumir también nuestra responsabilidad en las relaciones".

"¿Qué harías si tuvieras un pene?", se les pregunta a las chicas en Mr. Big: "Me masturbaría muy a menudo", "Haría pipí de pie", "Me darían ganas de meterla en una playa de arena suave y blanca", "Evitaría hacer lo que hacen los hombres, rascármela por la mañana", "Jamás soñé con ser un hombre", "Me hace especial ilusión estar embarazada de un varón, es cómo si por fin tuviera el pene soñado".

¿Es éste el principio del fin, el declive de una sociedad falocrática y desigual?, se preguntan. "¿Será el sino del género masculino guardar su pene en lo alto del armario y dejarse suplir en la cama por un juguete sexual capaz de mantenerse erecto las 24 horas?". ¿Será el miembro viril sustituido por artefactos? No rotundo, es la respuesta:

"Los artilugios, para los masocas. La Viagra y similares han venido en un momento clave".

"Hay una mercadotecnia sobre el acto sexual que se va imponiendo. La gente busca cosas nuevas, y los juguetes ayudan".

"Hay sucedáneos de todo. Pero yo soy más que un pene incluso hace 20 años".

"No. Los juguetes están muy bien y son muy morbosos y estimulantes; pero nada comparado a un pene, tanto el de tu compañero como el tuyo mismo".

"En mi caso, evidentemente, no creo que se pueda sustituir por un aparato. A lo mejor mi chica te diría que sí".

"No. Los aparatos son sólo un complemento para jugar con tu pareja o sin ella".

"Pues no. Si tienes hambre comes fast food si no hay más remedio, pero a todos nos gusta más la comida casera de toda la vida, rica, condimentada y bien elaborada".

"No. Serán sus aliados".

"Un gran falo sin cerebro se puede adquirir en un sex-shop", contestaba un día Vampirella a una lectora.

Lo que no venden en ningún sitio es el deseo. Y menos, su tamaño.

El futuro pasa por la fusión de opciones e ideas, como siempre estuvo en la fusión e intercambio de los cuerpos. Un mundo múltiple, entre lo que dice la filósofa feminista Susan Bordo -"el pene, lejos de ser un impenetrable caballero con armadura, en realidad lleva el corazón en la funda"- y lo que opina el porno-star Max Cortés -"mucho cambio en tres décadas, pero métete en la cama y no folles, ya verás"-.

Así sigue la cosa: vivita y coleando.

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